El Talismán de Theodever
Alejandro Campoy Galera
Durante
los días célebres de Saamberud, antes del gran Diluvio, cuando Theodever era la
mayor ciudad del mundo conocido… el sacerdote supremo decidió forjar el arma
más poderosa para retar al vigoroso Dragón Morado.
El
sacerdote supremo llamado Ucar se había convertido con el tiempo y con la
religión en un ser ambicioso, tirano y malvado. Sus aposentos estaban repletos
de tesoros y de joyas que no usaba y el paso del tiempo no ayudaba nada a su
creciente locura.
Deseaba
algo que no tenía y que ansiaba con todas sus fuerzas: El hijo del Dragón
Morado. La criatura era lo más puro y lo más hermoso de todo el Universo. El
sacerdote había rogado al Dragón Morado si podía criarlo y enseñarlo, pero el
Dragón Morado se había negado en rotundo. Le reprochó insolencia y le pidió con
respeto que se mantuviese alejado de los seres inmortales.
Ucar,
enfadado, acudió al bosque Siggorma donde habitaba en su interior un poderoso
brujo de nombre Beothokae y le pidió enseñanzas ancestrales.
Beothokae
le informó a Ucar que existía un poderoso oro fundido en el volcán Kelegrund
pero que era una zona muy inaccesible por el calor que desprendía dicho volcán.
Le informó, no obstante, que era la sustancia más poderosa de Saamberud y que
muchos hombres y mujeres habían intentado acceder a ella con catastrófico
resultado. El brujo le explicó que, si conseguía extraer el oro, necesitaría
volverlo a fundir utilizando la magia.
El
brujo también le explicó, con mucha calma, el procedimiento para realizar un
medallón mágico: El Talismán de Theodever.
Sin
más dilación, Ucar ordenó a su ejército al completo dirigirse hacia el norte de
Theodever donde se situaba el gran volcán Kelegrund y organizó un gran concurso
donde los participantes intentaría recoger el mágico oro del volcán sin morir.
Muchísimos
hombres y mujeres murieron, pero, finalmente, una mujer, la guerrera Ceofreya,
pudo extraer la suficiente cantidad de oro que había pedido el brujo gracias a
su inteligencia.
El
sacerdote llevó rápidamente el oro a Beothokae y lo fundió con la poderosa magia
que él poseía. Ucar se llevó el oro fundido a su castillo y allí mandó a llamar
al mejor herrero de Saamberud, Yael. Le ordenó que hiciese el medallón con las
indicaciones del brujo Beothokae.
Veinte
días y veinte noches fue lo que tardó el herrero forjando el medallón y
manejando aquel oro tan especial. Finalmente, y antes de marchar a derrotar al
Dragón Morado, Ucar tuvo que hacerse una herida en el brazo izquierdo y
depositar su sangre en el talismán.
Los
gritos de dolor se escucharon hasta en el bosque Siggorma donde habitaba
Beothokae, el brujo, sabiendo así que Ucar había cumplido todo con creces. De
la sangre de Ucar surgió una nube de vapor amarillo potente y poco a poco fue
volviéndose invisible porque ese color se concentró en el medallón.
Así, con la
terrible y mágica arma dispuesta para ser usada, Ucar viajó hasta las llanuras
de Theodever, al punto más alto, y le lanzó el último aviso al Dragón Morado:
O le entregaba a su hijo o moriría.
El
Dragón Morado, muy enfadado, volvió a negarse a entregar al Dragón Blanco, a su
hijo y se enfrentó al sacerdote supremo. Ucar, sabiendo que el Dragón Morado no
cedería, trajo consigo a Beothokae, al brujo del bosque Siggorma y a todo su
ejército al completo. El Dragón Morado desconocía la existencia del talismán
mágico que el sacerdote había moldeado.
—Retira
a tu ejército, Ucar. Si no lo haces, destrozaré la ciudad. Este conflicto nos
concierne a ti y a mí.—el eco de su voz se escuchó en toda la ciudad.
Ucar
rio. Miró al brujo y éste asintió leyéndole la mente al instante. Beothokae
lanzó un hechizo potente al Dragón Morado para conseguir paralizarlo. El dragón
luchó con valentía contra la magia del brujo. En ese tiempo, Ucar aprovechó
para usar el medallón. Lo apuntó hacia el Dragón Morado y dirigió el poder de
aquel talismán hacia la criatura. Un poderoso rayo oscuro dio de lleno al
dragón y éste rugió de rabia y dolor. Sus gritos se oyeron más allá de la
ciudad de Theodover. El sortilegio que mantenía paralizado parcialmente al
Dragón Morado se rompió y desplegó sus gigantescas alas.
—Maldigo
a Theodover, maldigo a Saamberud… maldigo a todo vuestro pueblo. —gritó muy
fuerte mientras se retorcía de dolor. Empezó a desangrarse, y allí donde cayó
su sangre empezó a llover con mucha fuerza.
Las aguas comenzaron a subir con
mucha celeridad y Ucar, su ejército y el brujo tuvieron que huir rápidamente de
allí. Se resguardaron de la lluvia y mandó a Ceofreya a buscar al Dragón Blanco
para capturarlo, pero la lluvia era cada vez más intensa.
Tal fue la lluvia,
que pronto todo el ejército acabó muriendo ahogado. Incluida Ceofreya, que no
consiguió hallar al hijo del Dragón Morado.
Ucar
y Beothokae se enfrentaron con dureza. Se habían escondido en una llanura cerca
del volcán. Ucar le echó en cara que, después de todos los esfuerzos, no
consiguiera sus objetivos. Beothokae, con toda su magia, le arrebató el
medallón y lo usó contra el sacerdote supremo.
Éste cayó rápidamente y se lo llevó
el agua que empezaba a inundar por completo el continente de Saamberud. El
brujo, sabiendo su destino, se aferró muy fuertemente al talismán, cerró los
ojos y cayó ahogándose también…
Cuando
la lluvia por fin cesó, todo era agua excepto dos islas que quedaron a flote
con un bosque cada una. El Dragón
Blanco sobrevolaba esas islas eternamente llorando la muerte de su padre...
Se cuenta, que bajo las aguas de
Saamberud, se encuentra un talismán que puede retar a los seres inmortales…